Aquella mañana no fue diferente, el pastorillo contó sus ovejas: 100 ovejas que juntas salieron al prado a pasear y pastar. Como cada día una a una las contó, y así alegres caminaron y jugaron y corrieron hasta que la tarde escondió al sol en el horizonte.
Pero algo no estaba bien de regreso a casa, y el pastorcillo lo sabía. Conto una y otra vez y 99 ovejas volvió a contar. Muy preocupado puso a las ovejas a resguardo y corriendo salió a buscar a la que se había perdido. Caminó y caminó; por las praderas y los montes, subió y bajó, y no descansó hasta que finalmente la encontró. ¡Qué alegría! De un salto corrió a su encuentro y con fuerza la abrazó y la cargo en sus hombros de regreso al rebaño.
La fiesta duró por horas. Celebraron todos juntos con amigos y vecinos por aquella ovejita que triste y perdida, ahora ya estaba con toda su familia una vez más. Celebraron alegres la bondad de aquel pastor que no cedió al cansancio.
Así como este pastorcillo que con amor y esmero cuidó de cada una de sus ovejas, Jesús nos cuida cada día. Día tras día, sin sueño y sin cansancio. Como sus ovejas, nos conoce a cada uno. Por nombre nos eligió, y cada vez que descuidadamente nos perdemos, con esmero nos busca hasta encontrarnos; y hay gran fiesta en el cielo por cada vez que Jesús nos trae a casa de vuelta en sus brazos.
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