Se creía justo cual ninguno. Orgulloso caminaba sus caminos, al prójimo juzgando con altivez. Miró al cielo y su culpa lo cegó. En oración ferviente rogó su vista recuperar.
Aprendió que Dios, cuál hombre no existió, es pronto a perdonar. Su pecado confesó, su vista recobró y a sus semejantes aquel perdón devolvió.
Una vez más sobre sus pies, el camino retomó. Sin el peso de las piedras que le detenían, la angustia, orgullo y altivez, en historia se transformó.
“Quien encubre su pecado jamás prospera; quien lo confiesa y lo deja halla perdón”.
Proverbios 28:13
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